Si se le pregunta de dónde es, avisa que de «Palermo», de la calle Cabrera. Egresada de la UBA, diseñadora, fotógrafa, argentina… Pero a Araz Hadjian (53) es más probable encontrarla en Egipto, Marruecos, Laos, Vietnam, Grecia o –ahora mismo– en Armenia, donde llegó el mismo día que Azerbaiyán invadía el enclave de Nagorno Karabaj, “Artsaj”, dirá ella, en alusión al nombre armenio del disputado bastión en el Cáucaso.
Araz es de origen armenio. Nació en 1970 en Aleppo, Siria, el mismo lugar donde nacieron sus padres y que la guerra de Bashar al Assad luego redujo a sangre y cenizas. La esencia armenia ya corría por las venas de sus abuelos, nacidos en Turquía antes del genocidio y la deportación de 1915.
El mismo año que nació, Araz y sus padres migraron a la Argentina.
Una visita familiar
“Viajé a visitar a mi hermano que vive en Armenia y sucedió esto, así que vine a documentar”, cuenta. No es la primera vez que viaja a documentar. Y no es la primera vez que llega para ayudar.
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Familias de armenios huyen del enclave y son recibidos en la ciudad de Goris por la Cruz Roja armenia y la ONG People for Help. Crédito: Araz Hadjian
Fue voluntaria de la ACNUR durante un mes en el campo de refugiados de Idomeni, en Grecia, en 2016. “Acá la situación es atroz. Son desgarradoras las historias de cada persona”, contaba entonces en una entrevista al blog armenio “Guía armenia”.
Hoy, desde la ciudad de Goris, está decidida a asistir a propio “su pueblo”.
Qué pasa en Nagorno Karabaj
Con la caída de la URSS, Nagorno Karabaj quedó en manos armenias. Pero en 2020, Azerbaiyán lanzó una guerra de 44 días y recuperó la mayor parte del territorio.
En diciembre bloqueó la única ruta que une el enclave con Armenia, y la semana pasada lanzó un ataque que desactivó sin gran esfuerzo una fuerza rusa que actuaba como garante de paz y a un pequeño grupo de combatientes armenios.
Lo que siguió fue la reacción instintiva de un pueblo que teme por su vida: huir con el corazón apretado en la garganta.
De esto fue testigo Araz con su cámara. Las imágenes que compartió con este diario son el testimonio de miles de personas que escaparon con lo puesto porque “cualquier armenio bajo control azerí es una sentencia de muerte”, explica.
Araz habla de atrocidades, de niños perdidos, familias desmembradas, desaparecidas, de la viralización de fotos de menores violados o decapitados que azeríes han subido a las redes sociales. Y las muestra. “A algunos niños desaparecidos los encontraron muertos”, dice.
No todos los armenios de Nagorno pudieron escapar.
Hasta este martes, según Araz, unos 13 mil habían logrado cruzar la frontera hacia Armenia. Pero no se sabe cuántos exactamente quedaron adentro.
“La gran mayoría de los habitantes vivían en zonas rurales, así que hay un gran número de personas de las cuales no se sabe nada: si es que están bajo dominio azerí o desaparecidos. Hay muchos. Estimo que los que pudieron salir fueron los que estaban cerca del corredor de Lachin” que comunica Armenia con el enclave.
Algunas familias llegaron incompletas.
“Es que en el afán de huir, la gente se agolpa, es un caos. Esto siempre pasa en campamentos de refugiados”, dice. “Se estima que lleguen unas 40 mil personas más (…) están tratando de salir con lo poco que pueden llevar consigo. Ver donde se ubican ya sea con familiares o conocidos o que el gobierno los ubique”.
Araz enumera que el ataque azerí era inminente, que Azerbaiyán venía aprovisionándose con armamento pesado y rodeando la frontera y que lo sigue haciendo.
“Esto no va a quedar acá, con Azerbaiyán a solo dos horas”, no duda. Y sigue: “Nadie sabe las ambiciones de Azerbaiyán pero está la demanda desde el primer momento del corredor sur que pasa por Syunik” (provincia al sur de Armenia).
Araz teme por toda Armenia. “No tenemos hacia donde replegarnos, en caso de un nuevo ataque. Toda Armenia es más chica que la provincia de Tucumán”, ejemplifica y se alarma.
Tampoco descarta que la gigantesca explosión de un depósito de combustible en Nagorno, en la que murieron al menos 20 personas, haya sido un sabotaje.
“No sería raro ya que Azerbaiyán ofreció gasolina gratis. La gente estaba desesperada por cargar y de golpe una explosión”, razona.
En la indignación de esta mujer, hay también una enorme desilusión.
“Jamás pensé que los armenios íbamos a ser testigos en vivo de otro genocidio”, lamenta. Y al recordar las desgracias del campo de refugiados griego de Indomeni, le cuesta creer “ver lo mismo en mi propio pueblo”.
Pero no hay ni un atisbo de resignación ni planes de regreso a Palermo, la calle Cabrera. “Me ofrecí como voluntaria y en lo posible me voy a quedar acá (…) Esto es solo un capítulo más dentro de este conflicto y el afán expansionista turco azerí no va a quedar acá”.
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