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de Gaza a Cisjordania, solo fuegos en el horizonte

La guerra en Gaza puede durar meses, hasta bien entrado el año próximo. Es una posibilidad ominosa en el análisis de los expertos militares. Pero nadie lo sabe con certeza. Mucho depende del destino de la batalla que recién se inicia en Gaza City, la capital semi evacuada del enclave donde una parte de sus 600 mil habitantes aún están ahí porque no han querido irse o porque la milicia de Hamas no se los ha permitido.

Es una ciudad antigua, con edificaciones primarias de varios pisos y callejuelas que forman un laberinto como comprobó este cronista años atrás. Pero además está la red de túneles que permite una ventaja estratégica a la milicia terrorista que aprendió de Hezbollah, en la segunda guerra del Líbano, la conveniencia de evitar el sacrificio y hacer ataques de estilo guerrillero, golpeando y retirándose, una y otra vez.

Para calibrar el desafío alcanza recordar que en 2016 la batalla para expulsar a la banda mercenaria ISIS en su principal capital, Mosul, en Irak, se extendió durante nueve meses, con 11 mil bajas civiles y la participación de unos 100 mil soldados iraquíes que combatieron con amparo aéreo de EE.UU. Fue la mayor y más mortífera batalla urbana desde la Segunda Guerra.

El escenario de Gaza City es importante porque puede acabar en una ratonera para las tropas israelíes como temen algunos expertos, con una multiplicación de los muertos civiles y de los soldados, agravando los problemas políticos del debilitado Ejecutivo de Benjamín Netanyahu, atrapado por las polémicas alianzas que lo llevaron al poder.

Israel está gobernada por una coalición que incluye a un puñado de partidos ultraortodoxos y ultranacionalistas que mantienen una visión peculiar de este conflicto. Lo visualizan como el umbral para profundizar del peor modo la colonización de todo el espacio palestino, cuya identidad nacional niegan.

Columnas de humo en la Franja de Gaza durante los combates librados por la tropa israelí y las milicias de Hamas en el norte del enclave. Foto  EFE Columnas de humo en la Franja de Gaza durante los combates librados por la tropa israelí y las milicias de Hamas en el norte del enclave. Foto EFE

Días atrás uno de los legisladores de esas veredas extremas, Yitzhak Kroizer, dijo a la Radio del Ejército que “la Franja de Gaza debería ser arrasada y debería haber una sentencia para todos los que están allí: la muerte, ahí no hay inocentes”. El diputado es correligionario en el partido Otzma Yehudit (Poder Judío) del ministro de Patrimonio, Amichai Eliyahu, quien más expeditivo, propuso usar el arma atómica en el territorio.

Mensajes de desprecio

Esas declaraciones de desprecio, junto con otras que desbordan al propio gobierno para anunciar provocadoramente la recolonización de los territorios palestinos, les ha proporcionado a los enemigos de Israel una enorme herramienta de propaganda.

Un vídeo que muestra a un rabino del ejército en uniforme hablando con entusiasmo sobre la restauración del dominio israelí en Gaza, así como en el Líbano, ha sido visto millones de veces en el mundo después de que activistas pro palestinos le agregaron subtítulos en varios idiomas y lo publicaran en las redes sociales.

El propio ministro de finanzas del premier, Bezalel Smotrich, del partido ortodoxo Sionismo Religioso, desafía al mandatario y a sus socios internacionales con la consigna de que Gaza no debe ser entregada a los palestinos.

Este escenario de posiciones contrapuestas explica la negativa de Netanyahu para aceptar los consejos de EE.UU., su principal validador internacional, y matizar la violencia de los ataques en la Franja con un visible cuidado de los civiles inocentes. Y reducir así el odio que esas imágenes de cadáveres despedazados y chicos muertos producen entre los aliados árabes de Israel y aun más allá.

Pero, además, le ha advertido que esta vez no hay lugar para intrigas y manipulaciones y debe unificar Gaza y Cisjordania bajo la Autoridad Palestina. Washington supone con acierto que de ese modo se contribuiría a apagar esta crónica crisis que es instrumental en la agenda de los enemigos de ambas naciones. Netanyahu no responde.

Protestas en Beirut contra la ofensiva militar de Israel en la Franja. Foto EFEProtestas en Beirut contra la ofensiva militar de Israel en la Franja. Foto EFE

Este conflicto es global, no regional y debería quedar claro que desborda los intereses e internas domésticas en Israel. Quienes primero lo están comprendiendo son los ucranianos, cuyo drama en el centro del litigio por la hegemonía planetaria, esta lateralizado y casi olvidado por la prensa, políticos y diplomáticos.

Un regalo para el endeble imperialismo de Vladimir Putin recostado en los guiños de los republicanos que ahora cuentan con un pretexto para no financiar a Kiev como les demanda Donald Trump, alineado como siempre con los intereses del Kremlin.

El magnate neoyorquino aguarda confiado su regreso a la Casa Blanca y desde ahí detener aquella guerra. Es claro que lo haría avalando la toma militar del territorio ucraniano por Rusia, como antes, en su accidentada administración, dio como legales los asentamientos de colonos judíos en los territorios palestinos de Cisjordania. Como se ve, no solo Putin espera con ansias el regreso de Trump.

La guerra de la propaganda

La dislocación del gobierno israelí, cuyo mandatario no tiene poder para contener a sus aliados extremistas como advierten aquí los diplomáticos que consulta este cronista, debido a que si cae lo espera la justicia, explica en gran medida el formato de exuberante demolición que ha tomado el conflicto en el terreno lo que le ha costado a Israel la pérdida de la guerra de la propaganda.

Los 10 mil muertos en Gaza desplazan del centro de atención la brutal carnicería que los terroristas de Hamas cometieron el 7 de octubre, cuando vejaron y mataron a 1.400 civiles en el sur de Israel. Un análisis más detallado de ese suceso muestra que Hamas buscó con ese asalto de extraordinaria crueldad llamar la atención de sus aliados, sin conseguirlo. En ese sentido hay otra consecuencia que se anuncia quizá aún peor que el drama de Gaza.

En el territorio ocupado de Cisjordania, donde se asienta la capital de la Autoridad Palestina, existe una simiente de guerra civil sobre la cual ya ha advertido esta columna. Allí viven tres millones de palestinos junto a más de medio millón de colonos ultraortodoxos. Son los votantes de las minorías extremistas que escalaron al poder israelí aupados en la circunstancia personal de Netanyahu.

Un palestino en el sitio donde hubo una acción militar israelí en Jenin, en los territorios palestinos ocupados de Cisjordania. Foto EFEUn palestino en el sitio donde hubo una acción militar israelí en Jenin, en los territorios palestinos ocupados de Cisjordania. Foto EFE

Desde el inicio de esta guerra, en Cisjordania ha crecido la actividad militar contra supuestos operativos de Hamas, pero especialmente los enfrentamientos de los colonos contra los agricultores palestinos a quienes buscan expulsar de sus tierras, destruyendo sus olivos, robándoles las cosechas e incluso los tractores y vehículos sin que se los detenga. Hay múltiples testimonios de asaltos nocturnos y hasta asesinatos que aterrorizan a esa gente que en algunos casos acaba por marcharse. Una probeta de lo que se pretende para toda la región.

Es obvio que hay un estímulo para el incendio de este conflicto que puede escalar a una nueva intifada, las batallas de las piedras que se saldaron con miles de muertos en choques con las tropas israelíes. Esta es otra elocuente preocupación de Washington. Si crecen los enfrentamientos, el país se incendiará presionando al involucramiento activo de otros jugadores de la región, enlazados a Irán. Lo que no produjo Gaza lo acabaría generando Cisjordania y su extremismo.

La sensibilidad es tal que EE.UU. al entregar recientemente una copiosa partida de modernos fusiles automáticos a Israel, lo condicionó a que no sean desviados a los colonos. No hace falta. Al calor de la guerra fueron aliviados los requisitos para la posesión de armas, todo se arregla en una breve llamada telefónica. Una gestión personal del ministro de seguridad nacional, el ultranacionalista Itamar Ben-Gvir, decidido a garantizar un arsenal a los colonos.

No hay ingenuidad en estos pasos. Los partidos extremistas se mueven con urgencia porque intuyen que Netanyahu se hamaca en una cuerda floja y en caso de caer, se consolidarían opciones de centro, quizá como la que encabeza el ex vicepremier Benny Gantz, quien, presumiblemente, de llegar al poder esterilizaría al gobierno de este peligroso fanatismo. © Copyright Clarín 2023

Jerusalén y Tel Aviv. Enviado especial


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