MundoNoticias

cinco horas infernales en el kibutz de Nir Oz

Donde se mire hay pedazos destrozados de la vida da la gente. Sus cuadros familiares, los juguetes de sus hijos desparramados y sucios entre manchas de sangre, una bicicleta con la rueda doblada pisada por algún vehículo, platos y vasos lanzados con furia a las calles junto con jirones de ropa.

Las casas han sido quemadas una tras otra después de ser saqueadas. Es una escena de hecatombe. Irreal. Los jardines aun con flores crecen junto a las viviendas carbonizadas, seimidemolidas, donde es posible imaginar los gritos de aquel momento, el miedo y la muerte que sobrevendría. Muchos fallecieron abrazados por el fuego dentro de sus casas.

En apenas cinco horas el lugar, cómodo, agradable, concebido como un jardín con casas, fue arrasado con una furia difícil de describir. El kibutz de Nir Oz, a 15 cuadras de la reja fronteriza de la Franja de Gaza, es uno de los que más sufrió el ataque de Hamas el 7 de octubre cuando una legión de cientos de milicianos atacaron el sur de Israel.

De sus poco más de 300 habitantes, 120 fueron asesinados o secuestrados. Entre ellos muchos argentinos. Aquí vivía el matrimonio de José Luis Silberman, de 67 años, y su esposa peruana. Ellos no pudieron escapar. Murieron quemados en su casa esa mañana de espanto, junto a otros familiares. Acaban de identificar los cuerpos.

El desastre y su magnitud se notan apenas se cruzan los tres retenes del ejército puestos ahora para ingresar al lugar. Es una zona agraria. La gente aquí cultiva maní, verduras y hasta tienen una fábrica de pintura comunitaria. Los campos que labran llegan exactamente hasta el punto límite de la frontera de la Franja.

Esta es un «área ahora de alta seguridad militar«, dice Pablo que guía al enviado de Clarín a la casa de Ofelia, su mamá de 77 años, donde fue tomada de rehén violentamente por uno de los grupos de atacantes. Mientras habla se escucha el estruendo de la artillería israelí y el tableteo de metralla de alto calibre golpeando en la Franja, muy cerca.

Es posible desde aquí ver a la distancia algunos de los edificios más altos de Gaza, donde llueven bombas y obuses desde aquel día. La instrucción, también por esa cercanía, es si llegan cohetes, algo frecuente, tirarse al piso, cubrirse la cabeza, si hay casco mejor y esperar que la metralla de los proyectiles se disperse. Son segundos para protegerse sin hacer más que estarse quieto.

Un auto calcinado junto a una cancha de fútbol. Foto: Miki KraftamUn auto calcinado junto a una cancha de fútbol. Foto: Miki Kraftam

En el kibutz las casas son bajas, semejantes una de otras, salvo por la decoración que sus habitantes les han dado, rodeadas de mucha vegetación, con un gran jardín adelante, la parrilla para el asado en casi todas, con juegos infantiles que ahora aparecen retorcidos por las llamas.

Son viviendas amplias, con varias habitaciones, la cocina abierta hacia el comedor y, junto a uno de los baños, el pequeño cuarto de refugio de la familia, el miklat, con puertas y ventanas metálicas para protegerse de los cohetes. A diferencia de otros sitios, aquí esos refugios se pueden abrir también desde afuera, para prevenir que algún anciano quede atrapado dentro.

La familia de Ofelia, el día del asalto terrorista, habló con ella hasta la 9:36 o 9:37 cuando la cubrió el silencio. En el teléfono lo último que se escuchaba son ruidos de vidrios rotos. Su primo y su hijo se enteraron luego que estaban atacando el kibutz. Hubo una oleada antes de misiles. Pablo supo por el novio de su hija, herido en ese momento, que la llamó para relatarle que no era como siempre, de solo proyectiles.

Ofelia, una maestra jubilada argentina

En medio de ese drama, quisieron ir a rescatarla. Ofelia, una maestra jubilada argentina, de 77 años de edad, pidió que no, imaginado con acierto que los terroristas podrían estar en las rutas y capturarlos o matarlos a ellos. La mujer se escondió en el refugio de la casa, una habitación pequeña con una amplia cama como único mobiliario.

Techos caídos, ventanas arrancadas en Nir Oz. Foto: Miki KraftamTechos caídos, ventanas arrancadas en Nir Oz. Foto: Miki Kraftam

Los terroristas se ensañaron con ese lugar. La puerta que intentaron abrir con todo lo que tenían a mano, tiene diez disparos de Kalashnikov alrededor del picaporte. Algunas de las balas atravesaron el blindaje. En ese lugar y debajo hay un reguero de sangre. Pablo no sabe si es de su madre.

Ofelia se aferró desde dentro poniendo todo el cuerpo en la manija para evitar que abran el refugio y la sangre sería por ese esfuerzo, porque se lastimó en esa violencia o de algún terrorista que se cortó con los vidrios desparramados. Finalmente la vencieron y se la llevaron.

“Sabemos, voy a ser directo, no hay cadáveres por eso creemos que no está muerta”, dice Pablo. La casa donde vivió hasta casi los 30 años, ahora tiene 52, está muy dañada, con las ventanas arrancadas de sus marcos y estrelladas sobre el piso, cubierto de ropas y enseres de la cocina. Hay cantidad de munición servida en ese pequeño vestíbulo hacia el miklat.

Ofelia había cenado la noche anterior en la casa de su hija, Natali, hermana de Pablo en el moshav donde vive. Son comunidades que al revés de los kibutz no tienen la economía compartida. En esa cena estuvo una vecina de la madre, muy amiga. También la secuestraron. El marido de Ofelia, Héctor, de 79 años escapó de esa calamidad porque se había quebrado la cadera y estaba en rehabilitación, internado en un sanatorio traumatológico cercano.

«Me duele…»

Es un hombre muy lúcido, ex militante de izquierda porteño, que se mudó a Israel poco después del regreso de la democracia, a comienzos de los ochenta. Coherente, aquí se unió al Meretz, la principal fuerza progresista.

“Milité por los derechos de los dos países a existir”, le dice a Clarín. “Me duele lo que pasó a la gente, me duele lo que le pasó a Ofelia, me duele el hecho de que con mi mujer soy compañero desde los 15 años, me duele que no estuve con ella, sino fuera por la cadera me hubiesen matado, porque no me iba a rendir, les hubiera levantado la mano”. Se le enrojecen los ojos.

Héctor, de 79 años, durante la entrevista con el enviado de Clarín. Foto: Miki KraftamHéctor, de 79 años, durante la entrevista con el enviado de Clarín. Foto: Miki Kraftam

Héctor es artista, pinta cuadros y ha recibido premios. Tenía preparados tres exposiciones, ahora en medio de su asombro, pregunta al hijo si algo de su arte quedó en pie en la casa, sus murales. ¿Qué contestarle? Todo esta roto, pero algunos cuadros se salvaron.

“Esto de Hamas es el renacimiento del nazismo… Los otros mataban en cámaras de gas, estos te matan en el camino o en tu casa, decapitan bebes… atemorizan a la gente. En algún aspecto lo consiguieron, no se si voy a volver a vivir ahí. Solo sé que hay eliminar a esta gente, son bichos que hay que sacarse de encima de una buena vez”, dice desde su silla de ruedas.

El kibutz queda a unos 30 km de Jerusalén. El enviado viajó con el fotógrafo Miki Kratsman, primo de Ofelia. En la clínica nos reunimos con Pablo que nos llevó a Nir Oz. Antes pasa por su moshan a buscar un fusil, un M16, un arma norteamericana veterana, muy efectiva y liviana. Todos en ese sitio llevan una colgada del hombro.

 Pablo con su M16 muestra lo que quedó de la casa de su madre. Foto: Miki Kraftam Pablo con su M16 muestra lo que quedó de la casa de su madre. Foto: Miki Kraftam

“No soy Rambo, el arma es por si acaso porque corresponde, no es obligatorio, pero está bien llevarla”. Se vive así… por las dudas. Pablo le instala el cargador y lo coloca en un costado del asiento de su camioneta. El viaje sigue.

El camino a Nir Oz es entre grandes campos ya arados a la espera de las próximas lluvias. Antes de la entrada, se ve una serie enorme de galpones destruidos por el fuego. “Hasta aquí llegaron por esta ruta”, dice. «Mataron a la gente que salió en bicicleta o haciendo footing».

El kibutz tiene un gran portal de ingreso, que ahora custodia una patrulla militar. El sitio tiene el formato de un country, con las casas rodeando un gran centro verde, el edifico central para las cenas y recepción y caminos floreados. Todo el lugar está en ruinas. “Ahí en esa casa quemada murió adentro un chico joven”, dice Pablo. “Allá es donde vivía la amiga de mamá que también se la llevaron. Esa de ahí es la de mi suegra, por suerte no estaba”.

El kibuts de Nir Oz, en ruinas y calcinado. Foto:   Miki KraftamEl kibuts de Nir Oz, en ruinas y calcinado. Foto: Miki Kraftam

Los milicianos estuvieron alrededor de cinco horas en el lugar. Fueron quemando una casa tras otra. Ardieron todas al mismo tiempo como una pequeña Roma. Algunas se incendiaron totalmente y desaparecieron, otras tienen daños menores de fuego, pero su estructura esta semiderrumbada aparentemente por el ataque con cohetes RPG, un arma similar a la bazookas de la segunda guerra mundial.

“Amontonaron las garrafas de las casas y las detonaron con granadas”, explica Pablo frente a las viviendas con las paredes torcidas, de un modo casi siniestro, como de papel. Las paredes corridas más allá de los techos, apenas sosteniéndose.

En otro rincón del lugar hay automóviles carbonizados junto a una loza sobre la que se alzaba alguna vivienda. No se ven animales, salvo dos pavos reales, en aparente búsqueda de sus dueños. En el techo desprendido de una casa, sobre un travesaño, quedó un reloj detenido a las siete, cuando comenzó la pesadilla.

Casas incineradas y destrozos en el kibutz de Nir Oz. Foto: Miki KraftamCasas incineradas y destrozos en el kibutz de Nir Oz. Foto: Miki Kraftam
Casas que perdieron sus formas. Foto: Miki KraftamCasas que perdieron sus formas. Foto: Miki Kraftam
Pablo muestra la casa de su madre. Foto: Miki KraftamPablo muestra la casa de su madre. Foto: Miki Kraftam
El tiempo detenido en el 7 de octubre en una de las casas. Foto: Miki KraftamEl tiempo detenido en el 7 de octubre en una de las casas. Foto: Miki Kraftam
En ruinas. Foto: Miki KraftamEn ruinas. Foto: Miki Kraftam
Autos carbonizados. Foto: Miki KraftamAutos carbonizados. Foto: Miki Kraftam
Pablo contempla los destrozos. Foto: Miki KraftamPablo contempla los destrozos. Foto: Miki Kraftam

Source link

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba