el balotaje del travestismo político
En un país donde la sociedad desnuda su desapego con la política, el recorrido de la campaña con destino al balotaje parece empeñado en profundizar aquel estado de cosas. Un daño adicional, sin dudas, para una porción determinante de votantes -llamados a definir la contienda- que entienden que enfrentarse a las opciones de Sergio Massa y Javier Milei constituiría un acto perturbador y traumático.
El denominador común que sobrevuela ahora la escena refiere a la impunidad. Cuya interpretación no se limita a la corrupción casi blindada que perdura en la vida pública. Abarca, además, a las metamorfosis impúdicas de los candidatos para decir y hacer. Recurriendo a distintos disfraces. El llamado travestismo político, enfocado en este momento sobre los dos candidatos. También se podría hablar de transfuguismo, para no herir susceptibilidades.
Reparando en la impunidad vinculada al dolo se podrían mencionar varios episodios sucedidos los últimos días. El más asombroso, quizás: Martín Insaurralde, el ex jefe de Gabinete de Axel Kicillof, eyectado por el escándalo del “Yategate”, pidió que sea apartado el fiscal Sergio Mola. Dice que tiene “manifiesta enemistad” y que investiga más allá de lo que permitirían sus facultades. Mola rechazó el planteo y lo consideró una “canallada”.
El gesto de Insaurralde denota la protección que estaría sintiendo de parte del sistema político. De acusado se atreve a colocarse en víctima. El ex alcalde de Lomas de Zamora permanece oculto en algún lugar que ni las autoridades judiciales conocen con certeza. No debería estar a más de 100 kilómetros de distancia del juzgado. Misterio.
Aquel efecto de protección no deviene de la nada. El oficialismo le propinó un castigo político pero nadie avanzó judicialmente por el delito cometido. Sólo la oposición formuló denuncias. Massa repitió varias veces que “se trató de un error”. Remarcó que fue él quien le pidió la renuncia. Asunto concluido para el ministro-candidato.
Otra novedad surgió de Guillermo Marijuan. En mayo había pedido el sobreseimiento de Cristina Fernández (concedido por el juez Sebastián Casanello) en la causa de la ruta del dinero K, en la que fue condenado el empresario Lázaro Báez. El fiscal denunció que 210 mil beneficiarios de planes sociales habrían realizado desde 2009 un millón y medio de viajes al exterior. Por avión y hasta en cruceros. Algunos por más de 50 días.
La mayor parte de las irregularidades fueron detectadas en el programa Potenciar Trabajo cuya administración recae, sobre todo, en el Movimiento Evita, pilar de las agrupaciones sociales oficialistas, que conduce Emilio Pérsico, funcionario del Ministerio de Desarrollo Social. El beneficio también se habría extendido a Eduardo Belliboni, titular del Polo Obrero. El grupo del piqueterismo más activo que desde hace semanas, llamativamente, ha desaparecido de las calles.
La única respuesta de la ministra Victoria Tolosa Paz fue dar de baja a 1.100 planes de aquellos 210 mil denunciados por Marijuan. Tomó precauciones. Sostuvo que la decisión había sido consensuada con Massa. El ministro-candidato, como cada vez que habla, prometió nuevos controles.
Massa se comporta en la campaña como si fuera ajeno a las oscuridades que continúan aflorando en un gobierno deshecho. Sobre el episodio de la caja negra descubierta en la Legislatura bonarense a partir de la detención del recaudador, Julio “Chocolate” Rigau, optó por el silencio. Quizá, porque la fiscal platense Betina Lacki resolvió imputar al concejal Facundo Albini y a su padre Claudio, cercanos al Frente Renovador. Habla de asociación ilícita y fraude en perjuicio de la administración pública.
Massa repite sin pudor cosas sorprendentes. Insiste en que no es kirchnerista. Hace cuatro años que está apareado a Alberto Fernández, Cristina y Máximo Kirchner. Con el mismo desparpajo repite que el actual no es su gobierno. Que cuando encabece el suyo está dispuesto a realizar una transición ordenada. Colección de definiciones que oscilan entre la política y la psicología.
El éxito electoral indiscutido de Massa el 22 de octubre suele ser explicado por los expertos como el resultado de una campaña muy profesional. En la cual tallan dos equipos brasileños, acercados por Lula Da Silva, y otro del catalán Antoni Gutiérrez Rubí. Sería difícil negar la versatilidad del ministro-candidato para adaptarse a los diferentes contextos. En todos, más allá del pregonado profesionalismo, se advertiría la preponderancia de la simulación.
Habría entonces que realizar un cavado más profundo para comprender el cuadro. Aquel profesionalismo, así entendido, penetraría con éxito en sectores sociales excesivamente permeables. Aferrados a intereses y necesidades de los cuales no podrían prescindir en medio de esta crisis fenomenal. Representa por ahora el 37% del electorado.
Massa sabría explotar bien tales debilidades. El desbarajuste por la falta de combustible se originó en la mala praxis de YPF y en la falta de dólares para abonar la importación, que tres barcos amarrados en el puerto se resistieron a descargar hasta que no vieron el dinero. Es la confianza que dispensa el Gobierno y la Argentina. Asuntos que incumbieron a la responsabilidad del ministro-candidato.
Cuando percibió la posibilidad de una salida (nueva apelación a los yuanes) montó una coreografía a su medida. Intimó a las empresas petroleras para que no jueguen “con las necesidades y el bolsillo de los argentinos”. La situación se normalizó a la par de un incremento de 10% promedio en las naftas. Sabe, de todo modos, que representa un parche en una economía desvertebrada. Un litro de súper se cotiza ahora alrededor de un tercio de dólar. Un kilo de azúcar se paga más de un dólar. Disparate.
Massa aprovechó el horror para cargar contra Milei. Conjeturó lo que podrían valer los combustibles en caso de que el candidato libertario se imponga en el balotaje. La campaña del miedo le ha dado resultados. Se trata de un recurso despreciable que, en verdad, casi nunca faltan en las campañas que se realizan por el mundo. España está ahora a la vista. Razón para que el peronista de Juntos por el Cambio, Miguel Angel Pichetto, machaque con su frase preferida: “La política no tiene un plano moral”.
La palidez del kirchnerismo en la campaña es sustituida, en este caso, por los gremios tradicionales que van detrás de Massa. Los ferroviarios distribuyen diariamente entre los pasajeros de las formaciones folletos comparativos con las tarifas imaginarias del ministro-candidato y de Milei. La UTA hace lo mismo en muchísimas paradas de colectivos, en especial en el Conurbano.
Mirada desde esa perspectiva, la campaña de Massa parece poseer una luz de ventaja respecto de los avatares desordenados de Milei. Es lógico: después de la victoria el candidato oficialista solo tuvo que fortalecer su centralidad. Nadie, salvo Malena Galmarini, su esposa y titular de AySA, le discute. Exactamente lo contrario le ocurre al diputado libertario tras su repentina alianza con Mauricio Macri y un sector del PRO.
Existen señales simbólicas que reflejarían el desacomodamiento. Milei fue a la casa del ex presidente en Acassuso para sellar el pacto. El ingeniero afloró como tutor. Hay entre ellos, además, un trato diferenciado. Macri lo tutea y sermonea. Milei recurre al “usted”. Nunca muestra esa personalidad briosa, desbordada, que lo convirtió en factor de sorpresa en la escena electoral.
Su libreto está en reconsideración y no termina de definirse. La idea de “la casta” fue a un arcón. Le queda la fobia contra el radicalismo alfonsinista que el ex presidente también le aconseja moderar. Aunque piense lo mismo que él. Tiene la urgencia ahora de cooptar los votos de Patricia Bullrich y los del electorado del centro, donde radicaría la clave de un posible éxito para el balotaje. Otra obsesión sería el 7% que capturó el Juan Schiaretti. El gobernador de Córdoba le lanzó un mandoble a Massa por el juicio político contra la Corte Suprema.
Los objetivos de Milei, incluso para el debate que se avecina, figurarían en dos terrenos: la economía y la corrupción. El libertario no tiene nada que ver con la dramática crisis económica, social y política. Es un emergente. De allí su voluntad de no relegar el plan de dolarización, como pretendería el macrismo. Mucho menos el libertario podría estar ligado a los delitos en la función pública: su trayectoria se desarrolló hasta hace un par de años en la actividad privada. Al revés de la historia de Massa.
Es cierto que los escándalos de corrupción no parecen haber resultado decisivos en la última votación. Esa conclusión podría aplicarse, tal vez, al 37% de los votantes que respaldaron al ministro-candidato. Hubo otro 60% que prefirió las opciones del propio Milei, Patricia Bullrich o Juan Schiaretti. La pesca deberá encaminarse hacia esas aguas.
Massa se propone complicarle la tarea. El ocultamiento de Cristina de la escena, con un pedido de prisión de 6 años por corrupción, respondería a ese propósito. Igual que la virtual clandestinidad que decidieron asumir en la campaña los kirchneristas duros. El ministro-candidato se exhibe como un potencial presidente sin condicionamientos. El actual mandatario hizo lo mismo en su momento. Así le fue.
Massa insiste con que la vicepresidenta habría decidido tomar distancia de la política. La senadora cristinista, Juliana Di Tulio reforzó aquella tesis al declarar que la ex presidenta no formará parte del próximo gobierno. Se visualiza una sobreactuación tendiente a ahuyentar los fantasmas del doble comando. O de un presunto poder en las sombras. Síntoma de que el nudo del conflicto, aún adormecido, permanece.
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