El flagelo de la droga
La droga ha asumido en nuestras sociedades un dramático protagonismo, que parece dominar allí donde se encuentra ausente la obra ordenadora del Estado y cuando los vínculos sociales se van rompiendo, dejando paso, como ha afirmado en una oportunidad el Papa Francisco, a un capitalismo de consumo. Se podría decir que forma parte de la identidad de la persona, parafraseando lo que decía el sociólogo Zygmunt Bauman: “yo soy lo que consumo”, “existo si consumo”.
En esta perspectiva, la droga responde plenamente a una coyuntura que abraza a todas las clases sociales.
También los pobres viven un consumismo que compromete el futuro de niños y adolescentes, atrapados incluso por un poco de “paco”; no es novedad que la mayoría de los delitos cometidos en Argentina tienen relación con la droga; según estudios recientes, Argentina ha devenido el primer país en América latina en consumo de cocaina.
También sabemos que ha crecido mucho la presencia del narcotráfico y es un secreto a voces que los más pobres están sometidos al narcomenudeo, una suerte de nueva esclavitud. La droga construye un mundo artificial, fuera de la historia, exaltando el propio yo y el propio narcisismo, que se expresa también en el uso de las armas, para demostrar la propia fuerza. La droga es el punto de llegada de un individualismo exasperado donde prevalece la soledad.
En este abismo han caído muchos jóvenes, todos aquellos que son mano de obra barata para los grupos criminales, no solamente los soldaditos de los “búnkers” sino toda la generación “ni ni” que “ni estudia ni trabaja”. ¿Son generaciones perdidas?
Es cierto que frente a estos dramas, comparables a mi juicio a la generación desaparecida durante la dictadura, se oscila entre la “mano dura” y “garantismo ideológico”. Ninguno de los dos parece comprender las raíces del problema; las reacciones son emocionales y tienden a limitarse a los efectos de una situación que se vive.
Como sostiene el Papa Francisco: son una herida en nuestra sociedad que atrapa a muchas personas en sus redes. Son víctimas que han perdido su libertad a cambio de esta esclavitud, de una dependencia que podemos llamar “química”. El consumo lleva a una “pérdida de sentido” de la vida humana, se destruye la propia y la de los otros. Hay como un crecimiento del nihilismo.
La respuesta a esto es la reconstrucción de un tejido social desgarrado. Como apunta la tradición judía, hay que construir el Tikkun Olam, este arte del remiendo, del tejer aquellos hilos que se han roto de la convivencia humana.
Construir cada vez más una sociedad del nosotros donde crezca la conciencia de un destino común. Hay que hacer un enorme trabajo de prevención a la droga, que es dar dignidad a los más pobres, dignidad de educación y de trabajo.
Reconstruir una “cultura del trabajo” que tantos inmigrantes han contribuido a instaurar en este país. La difusión y el flagelo de la droga es también el resultado de una sociedad que ha perdido el rumbo y rodeada de un individualismo prepotente necesita recuperar valores y sobre todo fortalecer la dignidad de la vida de cada persona humana, que la droga niega y aborrece.
Marco Gallo es Director de la Cátedra Pontificia UCA y miembro de la Comunidad de Sant’Egidio.
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