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Elogio de los chicles del asfalto

Es un sobreviviente de dos revoluciones y media, de los saltos tecnológicos que cambiaron para siempre la música y nuestros modos de empleo. Nacido en California en 1955 –sus padres se conocieron en Perú pero la familia se mudó a Suiza cuando él tenía seis meses–, creció en Ginebra en plena revolución del vinilo y el tocadisco portátil, adelantos que marcaron el ingreso torrencial de los jóvenes a la industria del entretenimiento. En su madurez, vio la llegada del streaming; de hecho, algunas de sus obras están en Spotify. La media revolución fue el subestimado invento del Walkman de Sony, el primer aparato que creó un ambiente sonoro para cada oyente, alterando para siempre la subjetividad en las ciudades.

Christian Marclay cree que la cultura visual y la música del presente nos atraviesan y trabajan de manera subliminal. La inmensa parte de esa materia no tiene valor y esa es la que más le interesa a él. Marclay es uno de los grandes creadores de las últimas décadas del siglo XX y el XXI. Hizo del collage y el reciclado su principal herramienta y fue extendiendo las prácticas de las bandejas de DJ a las artes audiovisuales, de la música al collage pictórico y el video. Y los títulos de sus obras –menos que un título, casi la poética de un instructivo– siguen designando la materialidad del objeto, siguen nombrando las cosas.

En 2011 Marclay ganó el León de Oro de la Bienal de Venecia con The clock, un prodigio de montaje de 24 hs ensamblado con la vida real: si en una toma los actores miren a su reloj y son las 16 hs, será la misma hora del espectador en su butaca. Así, decenas de películas vuelven a tener su segunda vida y un nuevo sentido. La obra no se verá en Buenos Aires –hay varios fragmentos de The Clock en YouTube–. Con el apoyo de mecenazgo del Ministerio de Cultura de la ciudad, el artista participará aquí del Festival no Convencional con otros trabajos.

Lápices y ruidos molestos

Marclay empezó partiendo vinilos violentamente a martillazos o con una sierra, para lugo ensamblarlos hasta encontrar un ritmo propio a esa catástrofe irreparable. Derritió discos en su cocina; en medio de su obsesión, soñó que se comía un vinilo e hizo una fotoperformance con ello. Su primera obra fue Recycled records (1970). Los EE.UU. ya cursaban de lleno una cultura pop que la obra de Marclay critica, aunque esté emparentada con ella. A comienzos de los 70, cuenta en nuestro zoom, desde Londres, él ya había superado su etapa de estudiante “confundido” entre los diversos departamentos de la Academia de Artes de Ginebra, inclinándose por “el conceptualismo duro y el minimalismo”. Ya estudiaba en Boston. Muy cerca de allí, el punk intentaba corroer el consumismo del rock.

–¿Qué te dejó tu etapa como “estudiante confundido” en Ginebra?

–Yo había estudiado música a los 14 pero no quise pasarme 7 años estudiando solfeo; de hecho, no leo música. En Suiza me enteraba de lo que estaba pasando en los EE.UU. por las revistas de la biblioteca. Me interesaba hacer cosas nuevas y ya con un amigo despuntamos esas prácticas; nos metimos en una fábrica abandonada de lápices, que tenía todos los desechos y maquinarias intactas. Sacábamos fotos de todo eso. No existían los okupas todavía y nosotros nos retirábamos a la noche pero hacíamos uso de todo. Era la fábrica de los famosos lápices Caran d´Ache… Esos objetos estaban cargados de memoria y pasado; yo hacía objetos por entonces, así que era perfecto para experimentar.

–Al año te mudaste a Boston, para estudiar en Cooper Union.

–La gran influencia para mí fue estudiar con el conceptualista alemán Hans Haacke y meterme en la escena de Nueva York. A fines de los 70, la ciudad metía miedo. Había mucha criminalidad y una economía deprimida, pero estaba lleno de artistas porque la vida era baratísima. Iba a todos los recitales, hechos mayormente por estudiantes de arte; inventaban modos de hacer música sin ser compositores ni intérpretes. En Boston armé la banda The Bachelor’s even, en tributo a Marcel Duchamp (por su obra La machine célibataire). Y en 1980 ya estaba organizando un festival musical en Boston con bailarines y cineastas. Me mudé a Nueva York, donde viví 25 años.

–¿Cómo recordás ese ambiente musical contracultural?

Marclay al presentar “London’s noise” en Somerset House Studios, 2019. Música con el registro del tráfico y la gente al cruzar el Puente de Waterloo.Marclay al presentar “London’s noise” en Somerset House Studios, 2019. Música con el registro del tráfico y la gente al cruzar el Puente de Waterloo.

–Para mí el gran descubrimiento fue la música en vivo, no estaba acostumbrado. Esos clubes chiquitos con un fuerte sentido de comunidad, en el East Village; ¡todo pasaba en ese barrio! Así empecé a hacer obra con vinilos por una sencilla razón: eran regalados y se los encontraba por todas partes. Iba al Ejército de Salvación y los compraba por 25 centavos, sin importar qué tocaban. Era muy común encontrarlos a montones en la calle, en la basura, porque los rayados se tiraban. Yo estaba al tanto de la obra de John Cage, y de la música concreta, en Francia. Empecé a hacer música en un contexto artístico, cuando el panorama musical era el Raw Punk, el ruidismo, grupos como TNA (The Noise Addiction) y Laurie Anderson, y las guitarras horizontales de Fred Firth. Las salas de rock eran las únicas que alojaban a estos artistas. Eso me abría un montón de posibilidades.

-Empezaste rompiendo y ensamblando vinilos. En la charla que tuviste en Ivory Press, en Madrid en febrero, decías que tus obras con vinilos rotos fueron tu reacción al vinilo masificado (commodification). Lamentabas la pérdida

–Sí, porque lo que más me gusta de la música es que es arte efímero, un hecho pasajero. Pero luego viene la industria, fija una grabación y lo vende, cuando la música, en su fuente y origen, es gratis. Es solo vibraciones en el aire. Pero no me llamaría músico y además, hace tiempo que no toco. Sí haré la performance “Found in Buenos Aires” (Encontrado en Buenos Aires); en la serie que ya he hecho en otras ciudades, como Milán, París y Venecia. Veremos qué encuentro… Imagino cosas inéditas, lo cual es difícil porque todos llevamos vidas similares en las ciudades. Es una performance desafiante porque uno tampoco sabe qué será, en todo lo recolectado, lo que comparta con los demás colaboradores. Son obras llenas de azar.

Un mar de vinilos son pisados por los visitantes del Centro de Arte Dos de Mayo en Móstoles (Madrid). 
Foto: EFE/Roland Groenenboom Un mar de vinilos son pisados por los visitantes del Centro de Arte Dos de Mayo en Móstoles (Madrid).
Foto: EFE/Roland Groenenboom

–De todos modos, la fatalidad del artista es fabricar coleccionables, ¿no? Esos discos rotos ahora están en una vitrina, a precio de arte.

–De todas maneras, nunca se hace dinero con esta clase de música. A menos que seas un rockero y cantes para millones, solo Beyonce. Sin embargo, los músicos siempre vuelven a la música del pasado. Retroceden y vuelven a escuchar. La música es sobre la colaboración y compartir el momento con la audiencia, y la experiencia colectiva.

–A partir de los discos rotos en adelante, te basaste en el reciclado: cómics para tus piezas gráficas, basura urbana en varias videoinstalaciones. Y la cinemateca mundial para los video collages como The clock y la última, Doors.

–De los discos a lo que sea que encuentre por las calles. Me interesa más el chicle que el mármol. Empleo materiales que conocemos todos; la obra se hace más real, es parte de nuestras vidas. Seguramente encontraré cosas que son invisibles para ustedes.

–Literal. En la videoinstalación Midnight moments (2016), en Times Square, las carteleras de led pasaron tus videos de chicles aplastados contra el pavimento.

–Nunca el arte tuvo estas audiencias multitudinarias. Y aunque las galerías hacen fortunas con obras de artistas carísimos, pensemos que también están alentado siempre a los jóvenes para que se lancen, eso hay que reconocerlo. El problema es que es muy difícil seleccionar porque hoy se hace tanto…

Midnight moments, 2016. Con videos de chicles aplastados contra el pavimento en Nueva York, la instalación tomó la casi totalidad de las pantallas de Time Square, en el centro teatral de la ciudad. Marclay sostiene hoy: “Me interesa más el chicle que el mármol. Me interesa emplear materiales que conocemos todos;  la obra se vuelve más real y es parte de nuestras vidas. Seguramente encontraré en Buenos Aires sonidos y materias que son invisibles para ustedes”. Midnight moments, 2016. Con videos de chicles aplastados contra el pavimento en Nueva York, la instalación tomó la casi totalidad de las pantallas de Time Square, en el centro teatral de la ciudad. Marclay sostiene hoy: “Me interesa más el chicle que el mármol. Me interesa emplear materiales que conocemos todos; la obra se vuelve más real y es parte de nuestras vidas. Seguramente encontraré en Buenos Aires sonidos y materias que son invisibles para ustedes”.

–Hablemos de tu obra visual, que suele traducir a imágenes la idea de cacofonía y ruido.

–De hecho, estaremos mostrando partituras gráficas, que vamos a tocar y partituras de video.

–Tu obra a veces ha tomado posición política. Pienso en «Guitar drag» (1999, Guitarra arrastrada), en la que una camioneta arrastra una guitarra que produce sonidos, tras el linchamiento de un afroamericano en Kansas. Luego, «48 War Movies” (ver foto), con la impresionante cacofonía de las bandas sonoras.

–Yo no me digo un artista político. La fuente de mi trabajo siempre es lo cotidiano, lo que nos afecta a todos. No pretendo crear un mundo idealizado, respondo al mundo en el que vivimos.

48 War Movies, 2019. El gran plasma proyecta en rectángulos concéntricos 48 films de guerra, de los que solo se ven los bordes. Se vio en la Bienal de Venecia 2019 y ha sido proyectado pocas veces. Pese a la geometría gélida y abstracta, superpone –en una Babel de tiros, estallidos y líneas fragmentarias de diálogos marciales– las bandas sonoras de esos filmes indistinguibles, en una cacofonía que bombardea los sentidos. 48 War Movies, 2019. El gran plasma proyecta en rectángulos concéntricos 48 films de guerra, de los que solo se ven los bordes. Se vio en la Bienal de Venecia 2019 y ha sido proyectado pocas veces. Pese a la geometría gélida y abstracta, superpone –en una Babel de tiros, estallidos y líneas fragmentarias de diálogos marciales– las bandas sonoras de esos filmes indistinguibles, en una cacofonía que bombardea los sentidos.

–Pero el collage se fue politizando y hoy está en manos de todos. Es la base de la fake news, por ejemplo. La manipulación de la voz se emplea en imposturas que alteran el curso del mundo. ¿Serías crítico de esta herramienta?

–Uso las herramientas a disposición, y éstas pueden tener un buen o un mal uso. Lo que pensábamos que nos iba a llevar a estar más juntos hoy se emplea para dividirnos. El problema es que no podemos volver atrás, no se puede prohibir los smartphones (en la obra “All together”, 2019, dispuso 10 celulares con imágenes para crear una falsa continuidad). Tenemos que poder vivir mejor con el progreso. Pensémoslo así; estando tan lejos, ahora tenemos una conversación que hace apenas una década no habría sido posible. Para mí, tu país suena remotísimo pero allí estaré recogiendo cosas para conocerlos mejor. Hoy compartimos una enorme cantidad de cosas.

–Hace un siglo, en Europa, nacía la vanguardia. Hoy sus factores ya no existen o son un don masivo universal. ¿Dónde o en quién ubicarías la vanguardia hoy?

–Es difícil porque la idea misma de vanguardia, la formación que se adelanta al resto, resulta imposible. Todo va tan rápido que hacés cualquier cosa y ya está allí, distribuida y a mano para todos a la vez. No podés adelantarte, vivís solo el momento. No hay amortiguación ni distancia, el conocimiento es instantáneo. La gente es más cuidadosa, por otra parte. Ya no necesitamos la idea de vanguardia; tenés que empujarte a vos mismo, quizá solo existe en cada artista,que debe reinventarse para no repetirse. Todo diálogo con la audiencia va hoy muy rápido. Pero el artista hace un loop, siempre se repite un poco pero avanza en cada vuelta. La vanguardia ahora no es tan brutal, no es una revolución sino que progresa por avances mínimos.

–¿Pero ves algún territorio sin mapear en el arte?

–Bueno, seguro que lo hay pero es que uno va haciendo sin saberlo… Eso les toca a los jóvenes. Uno quiere vivir en un mundo mejor y no sabemos cómo puede ayudar el arte. Hoy día está tenebroso en todas partes. En un fin de semana se arma una guerra sangrienta.

Christian Marclay en Buenos Aires

El artista participa del Festival no Convencional que se realiza con el mecenazgo del Ministerio de Cultura de la ciudad.

Imaginary Landscape #4 Inauguración de la muestra de partituras y videos de Christian Marclay; con pieza para 12 radios y 24 intérpretes y Cartridge Music de John Cage + Encargos a artistas locales Performances para 12 radios en el espacio Donde: PROA21 Cuando: 28 de octubre, a las 19.

To be continued, Screenplay, Manga Scroll

Se ejecuta siguiendo partituras de videos y cómics con onomatopeyas.

Ensamble Babel (Suiza) Donde: Teatro Alvear Cuando: 31 de octubre, a las 20.

Charla con Christian Marclay + Performances de DJs experimentales argentinos Cuando: 3 de noviembre, a las 18 Donde: Artlab.

Found in Buenos Aires Cuando: 4 de noviembre, a las 20, Donde: Parque de la Estación Abasto.


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