
La guerra en Gaza suele exhibir un perfil bifronte, con un laberinto en un rostro y una impronta épica en el otro. Los críticos de un lado sostienen que después de más de dos meses de ataques aéreos y artillería y un ejército desplegado en el territorio, no se logró recuperar a la totalidad de los rehenes ni ha caído el comando de Hamas.
En el mismo lapso no ha cedido la protesta doméstica contra el gobierno de Benjamín Netanyahu y se ha generalizado el cuestionamiento global por la lógica de tierra arrasada aplicada en el enclave, donde el mundo solo mira ahora un drama humanitario único que ocupa las pantallas.
Del otro lado se sostiene, en cambio, que la estructura de la banda terrorista ha sufrido daños fundamentales. Sus túneles principales han sido descubiertos y cancelados y se ha suprimido a decenas de jefes de alta jerarquía lo que desbarata en gran medida su capacidad de comando y sistema de decisión.
Estas dos visiones son ciertas y lo notable es que coexisten. Una explicación del fenómeno lo basaría en una distorsión originada en la ausencia de una definición de objetivos realistas para el día después lo que nubla el presente. Todo queda en un umbral que se detiene en la destrucción del grupo terrorista, punto sobre el cual no existen controversias. No hay un más allá de eso.
¿Quién gobernara el día después?
La política es la que debería guiar el brazo militar. Pero esa esfera está inundada de ambiciones contradictorias y en litigio. El polémico premier israelí sostiene que su país se ocupará de modo permanente de la seguridad del enclave después de la destrucción de la banda terrorista. Pero no es claro quién gobernará el territorio ya que el mandatario veta con desprecio al Ejecutivo palestino que ampara EE.UU.

Si Israel se ocupa de todo, ya no habrá el flujo de donaciones del mundo árabe a los palestinos de Gaza. Por lo tanto el Estado judío deberá afrontar la totalidad del presupuesto alimentario, sanitario, de seguridad y reconstrucción que requiere esa comunidad.
Los socios supremacistas de la alianza gobernante, a su vez, imaginan otro mundo, más extravagante. Aspiran a re colonizar esos territorios, sin aclarar qué se supone que ocurrirá con sus más de dos millones de habitantes originales.
Otros dirigentes como el alcalde de Metula, David Azoulai, del partido sefaradí ultraortodoxo Shas, sugirieron recientemente que se debería vaciar completamente al territorio en la noción de que todos ahí son enemigos.
«Díganle a todos en Gaza que vayan a las playas. Los barcos de la Armada deberían cargar a los terroristas a las costas del Líbano. Toda la Franja de Gaza debería ser vaciada y nivelada, como en Auschwitz. Que se convierta en un museo, que muestre las capacidades del Estado de Israel y disuadir a cualquiera de vivir en la Franja de Gaza”, proclamó en una radio.
Otros altos funcionarios incluyendo ministros han planteado ligeramente que Egipto se encargue de toda esa humanidad en carpas en el Sinai. Una razón, dicen los suspicaces, de porque, en un drama constante y también bajo bombardeos, el ejército amontona a los habitantes de Gaza sobre el paso de Rafah, en la frontera con el país árabe. Una maniobra para que la desesperación acabe por trazar el rumbo.
También se mantiene el recuerdo de cuando desde las veredas ortodoxas se mentó la bomba atómica contra esa población; el incendio de todo el territorio sugerido desde el Parlamento o episodios sugestivos con soldados plantando la bandera de Israel en una playa de Gaza.
¿Quién gobierna?
Analistas de nota como el economista israelí-argentino Daniel Kupervaser, refieren con ejemplos la profundidad de estos laberintos. Israel, señala, confronta un súbito problema de mano de obra. No están los palestinos que antes trabajaban y ahora discriminados y hay más de 300 mil reservistas atendiendo el conflicto, fuera de sus empleos lo que además supone un agregado presupuestario a la economía del país, herida por la caída a pico del turismo y los propios gastos significativos de la operación bélica.
El empresariado demanda personal en rubros centrales como construcción y el sector agropecuario. Netanyahu llevó el problema a una reunión del gabinete el 10 de diciembre pasado. Allí propuso el regreso de los palestinos desde Cisjordania lo que aliviaría, de paso, la tensión en ese otro territorio. También se sugirió la devolución de los impuestos al gobierno de Ramallah que ilegalmente retiene Israel y que son para el pago de funcionarios y la policía.
La cúpula de seguridad estaba de acuerdo con esos pasos. Pero no sucedió. El ministro de seguridad nacional, Itamar Ben-Gvir, un polémico ultranacionalista que propugna la expulsión de todos los árabes de Cisjordania, y el titular de Economía, Bezalel Smotrich, líder del partido ultraortodoxo Sionista Religioso, dieron portazos y Netanyahu debió replegarse. Dato claro de dónde se encuentra el poder.
Este limbo que llega de una u otra manera a los militares en el frente, marca el desarrollo de la guerra y nubla los objetivos del conflicto, además de complicar las cruciales alianzas del país alrededor del mundo.
En una peregrinación muy poco común, el canciller norteamericano Antony Blinken viajó ya cuatro veces a Israel desde el inicio de la guerra por el sangriento ataque de Hamas del 7 de octubre. Le siguió luego, hace un par de semanas, el Asesor de Seguridad Nacional Jake Sullivan, y unos días después el jefe del Pentágono, Lloyd Austin. y el titular del Estado Mayor Conjunto, Charles Brown.

Todos llevaron un mensaje sencillo. Se debe multiplicar el cuidado de los civiles en Gaza, cesar antes de fin de año o poco después la actual operación de amplio despliegue militar y relevarla con comandos “altamente profesionales”, según sugirió Austin, que persigan a Hamas y liberen a los rehenes.
Reclaman que se fortalezca la alternativa de un futuro gobierno palestino para la Franja. En otras palabras, se le pide a Netanyahu que ignore a sus aliados ultras y asuma la necesidad de definir con realismo el futuro de esa región. De paso, que la extensión de la guerra se desvincule de las necesidades políticas del premier o de sus socios, que la mayoría de las veces coinciden.
Austin, un veterano militar, sintetizó ese panorama bifronte con una frase que conviene recordar. Caracterizó que los avances en Gaza al costo humanitario conocido, implican el riesgo de que una victoria táctica en el terreno se convierta en una derrota estratégica para el país, sino se abre una salida concreta hacia adelante.
EE.UU. no plantea estas ideas debido a una especial devoción por los palestinos. Lo que se busca, según fuentes diplomática, es abrir una ventana política que modifique las condiciones que alimentan la alternativa fundamentalista, un virus que se ha incrustado en la causa nacional de ese pueblo.
La intención tiene otra lógica. Hay versiones de una división en la dirección del grupo por un grupo moderado que negocia en Egipto no solo una tregua, sino el final de la guerra con un acercamiento al Ejecutivo de Fatah en Ramallah. Una virtual rendición.
Si se abre el camino a un gobierno palestino, el mensaje a la región seria de la construcción de una salida estatal para este drama de 70 años y, en cierta medida, desampararía la narrativa beligerante de Irán, un socio privilegiado de Rusia y de China y enemigo de Israel y EE.UU..
El gobierno israelí parece desentenderse de estas urgencias geopolíticas, especialmente Netanyahu obsesionado en procrastinar el día después para proteger la solidez de su imperfecta alianza gobernante.
Una montaña de 20 mil muertos innecesarios, muchos de ellos niños y sus madres y las fantasías de sus socios de apropiarse de los territorios incluyendo Cisjordania, tienen el doble efecto de amplificar la influencia del fundamentalismo, cancelar cualquier solución política y arriesgar el futuro de Israel a una peligrosa binacionalidad.
Si esos territorios se anexan, desaparecen los acuerdos de Oslo que desprecian los partidos minoritarios que sostienen a Netanyahu en el poder. Con esa estantería derrumbada más de cinco millones de palestinos deberían ser nacionalizados. No pueden ser expulsados, tampoco discriminados. El Estado que les falta terminará siendo Israel. De todo laberinto se sale elevándose recomendaba Marechal.
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