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¿Qué hemos aprendido 50 años después del golpe militar en Chile?

La conmemoración de los 50 años del golpe militar en 1973 nos encuentra con un país polarizado. Por una parte, la sensación predominante de la ciudadanía es de lejanía respecto del mundo político. El país está estancado y no hay avances en la vida de las personas.

La incapacidad de llegar a acuerdos se mostró en todo su dramatismo en la convención constitucional que, hace un año, propuso un proyecto de nueva Constitución que representaba a los sectores de izquierda más radical, que fue rechazado por el 62% de los electores.

Siguen sin resolverse reformas que se discuten hace más de una década, como las de pensiones y salud, mientras los problemas de inseguridad y terrorismo aumentan. Un consejo constitucional continúa el proceso constituyente, esta vez liderado por los sectores más extremos de la derecha.

En este contexto, se requería una convocatoria que hubiera buscado reconocernos como hijos de una misma patria, para asumir nuestras heridas como una herencia compartida, junto con intentar recuperar la confianza en los valores de la democracia, sus prácticas y sus instituciones. Ello no ha ocurrido.

Al contrario, el intento de reducir la discusión a la memoria y las violaciones a los derechos humanos se tradujo en la renuncia del coordinador de las celebraciones por haber sostenido que la historia era interpretable.

Un mural en Santiago con la imagen de Salvador Allende recuerda el golpe militar en Chile, al cumplirse 50 años. Foto: AP Un mural en Santiago con la imagen de Salvador Allende recuerda el golpe militar en Chile, al cumplirse 50 años. Foto: AP

Debate sobre Salvador Allende

No obstante, la paradoja es que, por primera vez, se ha abierto una discusión sobre el gobierno de Salvador Allende. Numerosas publicaciones, editoriales, columnas, reportajes han aportado a un debate que parecía vedado, por los horrores de la dictadura, la brutalidad del golpe militar y la muerte heroica del presidente Allende. Revisar las causas del golpe militar equivalía a justificarlo y ser ambiguos respecto de las violaciones a los derechos humanos. Como si la memoria y la historia fueran lo mismo.

Sin embargo, en un sustrato que no es tan visible, ha habido una reflexión más compleja. Los líderes de la generación de políticos que participaron en el gobierno de la Unidad Popular, que fueron perseguidos, torturados o exiliados, han reivindicado el proceso de autocrítica de los años setenta y ochenta, que renovó el socialismo reivindicando la democracia. Ello hizo posible su recuperación y una transición exitosa después del triunfo sobre Pinochet en el plebiscito de 1988.

Por otra parte, el debate sobre las causas del quiebre institucional da cuenta de factores que llevaron a la crisis institucional. Hay coincidencias en resaltar que era inviable un gobierno de minoría pretendiendo imponer su programa por la vía de los hechos, a través de resquicios legales o decretos de insistencia, tomas de industrias y de propiedades agrícolas, en vez de ir al Congreso Nacional.

También se ha discutido sobre el impacto de la división de las fuerzas de gobierno entre quienes creían en la vía democrática al socialismo y quienes formalmente estaban por la vía insurreccional. La democracia para éstos era burguesa y no servía para hacer la revolución, mientras que para un sector de la derecha que fue ampliándose durante el gobierno, la democracia tampoco servía para proteger sus intereses y su seguridad.

Un grupo de manifestantes que reivindica a Augusto Pinochet, en Santiago de Chile. Foto: EFEUn grupo de manifestantes que reivindica a Augusto Pinochet, en Santiago de Chile. Foto: EFE

La desvalorización de la democracia terminó por llevarla al precipicio. Hay coincidencias también en que la intervención de Estados Unidos que buscó desde el primer momento impedir la instauración del socialismo en Chile en el contexto de la guerra fría, no fue definitoria en el quiebre institucional, así como tampoco lo fue la intervención cubana, con Fidel Castro un mes recorriendo Chile y mandando armas.

Por último, en palabras del ex presidente Patricio Aylwin en un libro póstumo publicado este año “La experiencia política de la Unidad Popular”, éste señala: “El ideologismo, el sectarismo, la intransigencia eclipsaron dramáticamente nuestras tradiciones. Chile vivía inmerso en un clima de sospechas, desconfianzas y odios que se fue tornando incompatible con la racionalidad y la tolerancia inherentes a la convivencia democrática”.

En síntesis, la política democrática falló y ello tiene reminiscencias respecto de lo que estamos viviendo hoy día, por la dificultad actual para avanzar hacia un futuro compartido desde nuestras diferencias.

El golpe, la memoria y la historia, nos entregan una gran lección para el presente y el futuro. Por eso, aunque hasta ahora no haya sido posible un encuentro y una declaración común de los sectores políticos, el “Compromiso por la Democracia, Siempre” suscrito por el presidente y los ex presidentes es un pequeño paso, porque recoge aquello que se proclama por separado pero que está en la conciencia mayoritaria de los chilenos: el compromiso de respetar el estado de derecho; proteger los principio democráticos frente a la intolerancia y el menosprecio a la opinión del otro; condenar la violencia y fomentar el diálogo; defender y promover los derechos humanos. Son mínimos comunes que dan una esperanza.

*Mariana Aylwin fue ministra de Educación en el gobierno de Ricardo Lagos. Es hija del primer presidente de la Concertación, Patricio Aylwin.


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