Moscú abandona los tratados que durante los últimos años de la Guerra Fría y los primeros años tras la caída del Muro de Berlín intentaron poner orden en la carrera armamentística y en la amenaza nuclear. En menos de una semana Rusia ha tomado tres decisiones de consecuencias todavía imprevisibles, pero que aumentan la inseguridad en el continente europeo.
El pasado jueves Moscú anunció que se salía del TICEN, el tratado internacional que prohíbe completamente los ensayos nucleares. Es un tratado que se puso a firma en 1996 y que Rusia ratificó en 2000. A pesar de que nunca entró en vigor porque nunca obtuvo las ratificaciones necesarias (Estados Unidos nunca firmó) sí sirvió para en la práctica para prohibir esos ensayos. Desde entonces sólo Corea del Norte ha hecho ensayos y siempre bajo tierra.
Moscú dijo la semana pasada que seguirá respetando el tratado, aunque se salga del mismo, pero la señal era clara. En septiembre la cadena estadounidense CNN anunció que Estados Unidos, China y Rusia estaban trabajando a la vez en lugares de ensayos nucleares subterráneos.
A la retirada de ese tratado se unió este martes la salida rusa del FCE, el tratado sobre control de fuerzas armadas convencionales (no nucleares) en el continente europeo, un tratado que pone límites a los despliegues de fuerzas. La OTAN reaccionó el mismo martes asegurando que sus 31 Estados miembro y Suecia (que será el siguiente en entrar a la Alianza Atlántica) suspenden a la vez su participación en ese tratado.
El FCE fue el tratado que en 1990 sirvió para empezar a dar marcha atrás a los inmensos despliegues de tropas, material militar de todo tipo y misiles convencionales y nucleares que estuvieron desplegados en el viejo continente durante la Guerra Fría. Moscú había anunciado en mayo que Washington había roto ese tratado al permitir que la OTAN se ampliara al este.
Un misil con 10 ojivas nucleares
La tercera decisión que va contra la seguridad europea y puede provocar otra carrera de armamentos fue el lanzamiento, este pasado domingo, de un misil balístico ‘Boulava’, con capacidad de llevar hasta 10 ojivas nucleares, desde el submarino nuclear ‘Emperador Alejandro III’ en el Mar Blanco, cerca de la costa de la península de Kamchatka, territorio ruso frente a la estadounidense Alaska.
El misil cayó con éxito, según Moscú, en la zona prevista en Kamchatka. El ‘Boulava’ tiene un alcance de 8.000 kilómetros. Ese tipo de submarino puede cargar hasta 16 misiles de ese tipo, por lo que podría llegar a lanzar hasta 160 bombas nucleares.
A la vez, este domingo Rusia lanzó, en el marco de unas maniobras militares de su componente nuclear, un misil intercontinental del tipo IARS desde el cosmódromo de Plessetsk, en el norte del país. La diplomacia europea cree que no hay cambios ni en la ‘postural nuclear’ rusa (cuándo y cómo se usaría el arma atómica) pero sí la intención de mantener una sensación de amenaza sobre los europeos y Estados Unidos.
Rusia había abandonado el pasado febrero el NEW START, el tratado de reducción general de armamento nuclear firmado con Estados Unidos. Todas esas decisiones, cuenta una fuente diplomática en Bruselas, se pueden entender como una forma de aumentar sus cartas en una futura mesa de negociación con Estados Unidos.
Moscú intenta, desde que atacó a Ucrania el 24 de febrero de 2022 sin el éxito esperado de tomar Kiev en días y deponer al gobierno del presidente Volodimir Zelenski, en intentar hacer creer que podría estar dispuesto a usar el arma nuclear.
Dimitri Medvedev, expresidente y mano derecha de Vladimir Putin, hizo esas amenazas de forma directa en varias ocasiones, pero los europeos siempre creyeron que Moscú no usará el arma nuclear salvo que la guerra cambie tanto que Moscú se viera amenazada por tropas ucranianas, algo fuera del alcance de Kiev.
Rusia había dicho en septiembre de 2022, cuando se anexionó ilegalmente cuatro provincias ucranianas, que las defendería con todos los medios a su alcance. Pero Ucrania ya recuperó porciones de esas provincias sin que Rusia diera ningún paso en ese sentido.
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