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Una comedia negra sobre la angustia


Seis oficinistas vestidos de manera formal inflan globos y se ponen coloridos bonetes de cumpleaños. Están rodeados por cubículos grises de paneles de durlock, computadoras y auriculares. En un momento, la supuesta cumpleañera, que lucía el bonete más estrambótico, se pone seria. Revela que su cumpleaños fue ayer. La situación se vuelve entre tragicómica y ridícula. De pronto, irrumpe una chica de veintipocos, vestida con una remera negra de Nirvana, el rostro desencajado y un revólver en la mano. Afirma haber hablado con todos los presentes y los acusa de haber demorado sus propósitos. Esto es un call center de atención al suicida. O, mejor dicho, es una de las escenas más tensas y mejor logradas de Todxs saltan/Están bien/Nadie mejora.

Esta obra, escrita y dirigida por Andrés Binetti, muestra a lo largo de una semana los avatares laborales y psicológicos de un grupo de personas que intenta ayudar en situaciones límites. Que, al mismo tiempo, se vuelve una excusa para revelar sus propias estrategias de supervivencia durante setenta y cinco minutos.

Ordenada en cinco micro historias, el espectador va observando los avatares de una rutina laboral de oficina clásica con algunos roles estereotipados: la parejita con problemas maritales; el freak, callado y perturbador; el que fantasea con pegarla y compra el discurso del emprendedurismo sin ningún cuestionamiento; la supervisora estricta y algo estrambótica; la empleada nueva e inocente que llega por acomodo. A todo esto se le suma la particularidad de que no es cualquier oficina sino una que atiende llamadas de personas decididas, o eso parece, a quitarse la vida.

En el medio ocurren otras cosas que escapan al aparente drama que puede engañar las expectativas del público y afloran ribetes de comicidad. Se crea un club de canto, una estafa piramidal o aparecen una conductora televisiva muy histriónica y un “pibe de redes” hipersensible –romperá en lágrimas en más de una oportunidad– para filmar una especie de reality show mezcla con estrategia de campaña de bien público.

La risa, la emoción, el silencio y el llanto se intercalan al igual que unas placas negras con una mosca zumbando que se proyectan por detrás de los actores para indicar a qué día corresponde cada segmento. Sobre el final, la escenografía se reconvierte. Los paneles se dan vuelta dando forma a una suerte de paredón color blanco donde se ubican los actores por delante. Todos visten remeras de color negro. Al instante, una voz en off como de locutora comienza a narrar el futuro de cada uno. Ninguno es muy prometedor. Al terminar, bailan cumbia.

Estrenada en agosto en el Teatro del Pueblo, el texto original surgió a partir de la beca de creación de Iberescena y tuvo un estreno hace una década como proyecto de graduación de la licenciatura en Actuación de la Universidad del Salvador dirigida por Binetti. La obra, le cuenta su creador a Ñ, sufrió varias modificaciones: “Primero adapté el texto original a gente más joven, estudiantes. No nos daban las edades. Ahora, diez años después, decidimos volver al texto original. Actualizamos a partir de las memorias de lo que fue la puesta y tuve que actualizar el texto porque había cosas que quedaban un poco antiguas. Por ejemplo en aquel momento incluimos la filmación de un documental y eso lo cambiamos por contenidos de redes sociales que, en aquel momento, casi no existían”.

Lo que a priori puede parecer una historia de tensión, nerviosismo y angustia, termina convirtiéndose en una suerte de comedia negra. De hecho, la obra cuenta con varios momentos musicales que detonan la carcajada en el auditorio. ¿Es posible reirse de un tema tan serio y tabú como lo es el suicidio? ¿Se toma a chiste la salud mental? ¿O, más bien, encuentra nuevos modos de interpelación que buscan evadir el lugar común más acartonado? Acerca de estas indagaciones, Binetti afirma que se trata de una búsqueda estética: “Está bueno poder reírse y angustiarse en la misma obra. No ceñirse a un género. La obra es todo ese artefacto. Está muy trabajada la idea de pasaje. Como que pasás de una instancia más cómica a otra más dramática”.

Otro factor que ayuda a la convivencia de varios registros es la estructura en sí de la obra. La segmentación de la trama en diferentes episodios que van transcurriendo a lo largo de diferentes días. Binetti explica al respecto: “El dispositivo propone una fragmentación y una gran edición de tiempo. Por lo menos los primeros cinco episodios. Quizás no es tan notorio a nivel intelectual pero sí lo intenta ser a nivel emocional y perceptivo. Es muy diferente lo que decidimos mostrar el día lunes que el miércoles, el martes o el jueves. Eso es un proceso de actuación que fluye. De alguna manera eso permite que se vuelva orgánico el cambio de registro de géneros”.

Los cambios de registro se vuelven, por momentos, algo oscilantes lo cual pone en riesgo la interconexión entre los diferentes fragmentos que componen la totalidad del relato y el núcleo del discurso. Sin embargo, a fuerza de ambición, arrojo y una notable capacidad actoral por parte de los intérpretes, la obra sale airosa del desafío que implica tratar de que el suicidio sirva, también, para hacer reir. Este call center dramatizado funciona no solo para exponer situaciones límites sino, también, como una interpelación para casi todo público. Algo así como una galería de las miserias cotidianas.

Todxs saltan/Están bien/Nadie mejora. Lugar: teatro del Pueblo, Lavalle 3636. Fecha: Sábados a las 22 hasta el 28 de octubre.


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