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¿Y si hablamos de fraude moral?


Mucho se habló de los supuestos fraudes en las elecciones. Pero no muy lejos de esas acciones, que pueden alterar eventualmente los resultados electorales y que debilitan la estabilidad política, ya que pueden ser cruciales cuando se trata de una contienda muy reñida como la de hoy, hay otro tipo de manipulación que los mandatarios sostuvieron por años desde la llegada de la democracia en 1983.

Es que la realidad es la que demuestra, con las llagas sobre la piel de la Argentina, la razón irrefutable de la inapetencia política. Se trata del fraude moral de los gobiernos hacia los ciudadanos.

Porque amoral es que, todavía, y desde hace 40 años, el barro sea vecino de la pobreza. Que el hambre conviva con la desidia. Que el destrato se codee con la indigencia. Que la inseguridad transe con la droga. Que el miedo juegue con la desesperanza. Que la corrupción baile con la decadencia. Que el engaño deambule con la desigualdad. Que la indignación se mezcle con la tristeza.

Ese es el fraude de los dirigentes de varios gobiernos que se viene perpetuando. El de haber abandonado al prójimo, de incumplirle, de exprimirle las esperanzas. Son datos históricos que etiquetaron a una Argentina sedentaria por inacción cognitiva. Del fraude electoral se encarga la Justicia.

Por eso hoy votemos con seguridad porque el sistema funciona, como dice el lector Traboulsi en su carta “Votar con confianza en el sistema democrático, más allá de los resultados». Y que el nuevo presidente de la Nación, se involucre y se encargue de esa indignación colectiva, que nivele la balanza de justicia y equidad social de un pueblo que necesita la unidad, ya agotado por los desacuerdos.


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