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¿Y si hay otro cisne negro?


Ahora mismo, mientras millones de argentinos se preparan para ir a votar y para celebrar que se cumplen 40 años de la recuperación de la democracia, hay ciudadanos que no saben a quién van a elegir. No son tantos, pero son muchos más de los que dudaban en todas las presidenciales anteriores y podrían ser determinantes. Hay proyecciones que hablan de un diez por ciento del padrón. “Lo van a decidir en el camino a la escuela de votación o incluso adentro del cuarto oscuro”, dicen los analistas de opinión pública.

Pero, ¿y si al final no van a votar? ¿Y si el voto en blanco resulta más alto de lo previsto? ¿Y si en verdad no hay tantos indecisos y son electores que prefieren no revelar su elección porque se trata de un sufragio vergonzante? El voto vergonzante es otro enigma: podría expresarse en ambas direcciones. Argentinos que nunca votan al peronismo y que estarían dispuestos a hacerlo para impedir la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada, y -al mismo tiempo- ciudadanos que ven en el libertario un salto al vacío, pero que están dispuestos a asumir el riesgo con tal de no colaborar para la concreción de la quinta administración con sello kirchnerista en veinte años.

De ahí la incertidumbre y el fantasma que recorre los comandos de campaña de Sergio Massa y Javier Milei: ¿Se terminará imponiendo la campaña del miedo contra La Libertad Avanza, que hasta el jueves podía verse en Youtube, cuando los chicos buscaban un momento de entretenimiento y salía un spot con la voz de un Milei desencajado? ¿O será más fuerte el temor a apostar por la continuidad del Gobierno del 140% de inflación? Ni ellos, los candidatos, se atreven a prever qué pasará esta tarde cuando se abran las urnas.

La segunda vuelta asoma impredecible. Más allá del revoleo de números permanente de los encuestadores, cuyos trabajos siempre hay que mirar con desconfianza porque en algunos casos son fuente de manipulación y porque vienen de equivocarse muy fuerte en las PASO y de fallar en su amplísima mayoría en las generales, los antecedentes en Argentina y la región permiten vislumbrar una pelea pareja.

Sin embargo, en las últimas horas, ya imposibilitados de difundir sus mediciones porque rige la veda electoral, algunos consultores empezaron a detectar movimientos interesantes entre los indecisos -procesados después del debate de hace una semana- y no descartan que uno de los candidatos pueda despegarse varios puntos del otro hasta arribar a una diferencia que nadie avizoró hasta hoy. Podría tratarse de un nuevo cisne negro.

En 2015, Mauricio Macri venció a Daniel Scioli por un escaso margen: 12.988.349 votos contra 12.309.575. En Uruguay, en 2019, Luis Lacalle Pou conquistó la presidencia con el 48,8 % contra el 47,3 % de Daniel Martínez. En Perú, el 10 de junio de 2021, Pedro Castillo se impuso a la postulante de derecha Keiko Fujimori, por 50,125% a 49,875%.

El 19 de junio del año pasado Gustavo Petro se convirtió en el primer presidente de izquierda de Colombia con el 50,88% de los votos por sobre Rodolfo Hernández, de la derecha, que alcanzó el 46,85%.

Lula, el primer mandatario del país más grande de Sudamérica, donde votaron 120 millones de personas, le ganó el balotaje del 31 de octubre del año pasado a Jair Bolsonaro por un punto y medio, cuando los encuestadores hablaban de una diferencia mucho mayor. Y el 15 de octubre, en Ecuador, el empresario Daniel Noboa se impuso en la segunda vuelta y se transformó en el jefe de Estado más joven en la historia del país con el 52,30 % de los votos frente al 47,7% de la correísta Luisa González.

Cuando el 22 de octubre Massa logró revertir el resultado de las primarias y pasar a imponerse por el 37% de los votos, desde distintas usinas kirchneristas se buscó instalar que Milei debía analizar bajarse del balotaje. Que la diferencia sería abismal. El golpe fue duro para el economista. No solo porque el oficialismo le sacó siete puntos de ventaja y lo dejó casi estancado en el mismo lugar de las PASO, sino porque en su equipo se filtraron las primeras grietas.

Mientras ese operativo oficial para que Milei desistiera de competir estaba en marcha, Patricia Bullrich y Mauricio Macri, que habían quedado golpeados por el tercer lugar que los marginó de la segunda vuelta, hicieron una cabriola mágica: se despegaron del sector del PRO encabezado por Horacio Rodríguez Larreta, de la UCR que conduce Gerardo Morales y de la Coalición Cívica de Elisa Carrió y anunciaron su apoyo explícito hacia las filas del libertario.

Macri pareció lanzarse a la campaña, hizo apariciones puntuales y pensadas y se ocupó de machacar -en dos encuentros a solas, primero con Victoria Villarruel y luego con Milei- sobre la importancia de la fiscalización. Su participación culminó el mismo día del cierre electoral, el jueves, con una entrevista por la noche en TN, en la que pidió el voto por el cambio. Esa misma noche, Bullrich sorprendió en Córdoba, al lado de Milei, para dar juntos el último mensaje al electorado. Foto impensada hace solo un mes.

Al revés que su rival, Massa esquivó las fotos con políticos, cerró abrazado con estudiantes secundarios y buscó presentarse como el cambio, con la intención de barrer los agobiantes números de la economía, que él mismo propicia desde hace más de un año como ministro de Economía. A Cristina solo la vio en privado y no la mencionó en sus discursos. Ella fue disciplinada. La Cristina buena, diría irónicamente Jaime Durán Barba. La que espera en bambalinas, el tiempo que sea necesario, hasta irrumpir de nuevo en escena.


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