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Milei desconfía, Macri salió del placar; Massa, entre el miedo y la autoconfianza


La oposición, partida, se ha unificado en una gran proporción. El sistema de doble vuelta pone al electorado en un brete del que, para zafar, se apela al menú disponible: voto en blanco, abstención, impugnar. Cualquiera de esas opciones es una acción simbólica que no pesa en el resultado electoral porque se cuentan solo los votos positivos. Entonces, el balotaje resulta una forzosa opción entre un candidato y otro.

Allí cobra valor que la oposición, por muy distintas razones, confluya en apoyo de Javier Milei, un candidato que fue estimulado -y mucho- precisamente para que cumpliera el papel contrario al que interpreta ahora. De ser un factor de división de la oposición, efecto que quedó claro en la primera vuelta en la que triunfó Sergio Massa, se ha convertido en el punto de encuentro de los votantes que, fundamentalmente, quieren terminar con el sistema que han impuesto los Kirchner. Esa es la bandera pública, mucho más glamorosa que confesar que el voto también es gran parte un voto antiperonista más que nada y que esa antinomia histórica ha sido desde hace mucho tiempo el eje ordenador de la política argentina.

La unificación en las urnas, por ahora, puede ser un hecho matemático: casi todas las encuestas muestran cómo Milei recibiría el voto de sectores de la sociedad que, de una forma u otra, han estado militando contra el kirchnerismo, incluidas aquellas franjas del propio peronismo que impugnan a Cristina Kirchner y a sus experimentos para conservarse en el poder con el inocultable sentido, más allá de abonar su ego, de conseguir en los hechos la absolución judicial que ella misma ha dicho que ya obtuvo de la Historia.

Desde ventajas muy amplias –de hasta nueve puntos– hasta otras demasiado ajustadas, todas difíciles para ser consideradas definitivas, esas encuestas, por más amañadas que estén, reconocen una tendencia coincidente: fastidio, deseo de terminar con un estado de cosas, aunque lo por venir sea una aventura peligrosa.

Este clima de época, o, mejor dicho, de final de ciclo y hartazgo, ha provocado que buena parte del electorado descarte o postergue considerar los eventuales peligros de dar un salto al vacío con Milei, un político enancado en esa ola y que ahora tiene que ponerse a pensar con urgencia con quiénes iría a gobernar, con qué equipo, y qué va hacer. Porque todo lo que antes decía que haría, ahora parece que no se hará. ¿O resucitará aquellas propuestas disparatadas de sus furiosos discursos si triunfa el próximo domingo? Porque Milei, más que una opción política racional, es en sí un acto de protesta para poner final a una administración agónica, errática e incompetente.

El libertario se ataja: esas encuestas, teme, estarían envenenadas por su adversario para que sus adherentes bajen los brazos, dando por descontada la victoria, mientras su adversario mantiene a todo su tinglado en tensión y convocando a votarlo.

Macri salió del placar de la moderación y se siente cómodo en este nuevo papel en el que interpreta, sin molestos apuntadores, a un líder de derecha clásico, como su admirado José María Aznar, por ejemplo. Y está listo para ayudarlo a Milei con figuras ya experimentadas en el arduo oficio de gobernar este país. Pero Milei tiene un problema concreto y es la fiscalización del balotaje. Aunque muchos radicales desconozcan la neutralidad que determinó su partido y se inclinen por Milei, hay dudas de su militancia para fiscalizar. Hay que recordar que solo la UCR y el PJ tienen la expansión territorial como para ejercer esa tarea. Otra de las cuestiones que Milei no ha resuelto todavía, según dicen, es la financiación de esa logística. Esa indefinición preocupa al sector del PRO que se ha pasado con notable entusiasmo, más quizá que el que exhibían con Patricia Bullrich, a las filas libertarias.

Si alguien piensa que Sergio Massa ya se ha dado por vencido, se equivoca fiero. El ministro de Economía sigue haciendo las tareas y disponiendo de los recursos que su candidatura le reclama. Y contra toda evidencia –la revelación de una red de espionaje paraestatal es la última e ingrata novedad que le ha estallado en las manos– el candidato oficialista principalmente se apoya en el miedo que despierta en los sectores asustados con la motosierra los posibles actos futuros de Milei. Y en prometer que lo que hoy se vive producto de su propia gestión económica, en un gobierno en el que al presidente ya casi nadie lo nombra ni considera importante hacerlo, cambiará drásticamente de llegar a la Rosada.

Así como las encuestas tan criticadas muestran arriba a Milei, también exhiben que Massa tiene ventaja en la provincia de Buenos Aires y que en algunas provincias del Norte su caudal de votos seguramente aumentará bastante. ¿Alcanzaría para aspirar a la victoria?

La posibilidad de que Marina dal Poggetto fuera la ministra de Economía de Massa ya ha sido ventilada. Algunos hasta arriesgan que Carlos Melconian estaría dispuesto a subirse a ese barco para “frenar” a Milei. Fuegos de artificio electorales, por ahora, nada inocentes dirigidos a propagandizar que el eventual gobierno de Massa sería algo distinto, en el que el kirchnerismo estaría ya con el boleto picado.

Ni la corrupción del yate en Marbella ni las tarjetas de Chocolate, que tienen preocupados no solo a los peronistas, han tenido hasta ahora influencia electoral. Y habrá que ver si la descubierta red de espionaje ilegal que usaba La Cámpora la tendrá. Es muy posible que en el balotaje estas cuestiones pesen más.

El debate de hoy es crucial. Ya ha quedado en claro que la táctica libertaria es tomar una iniciativa agresiva, como lo ha demostrado la candidata Villarruel con un dubitativo Agustín Rossi, que le ha servido para salir victoriosa de ese duelo, pero que en algunos sectores de la sociedad no cayó bien.

¿Seguirá Massa en modo zen o intentará que Milei se vaya al pasto, conocida su tendencia a prenderse en el debate y desequilibrarse? Hay un detalle no menor a tener en cuenta: a Milei la moderación no le sienta bien, se le nota que es una gran impostura electoral, porque su estilo agresivo fue el que lo trajo hasta el balotaje aunque justamente la desmesura también lo puede hacer perder.


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