psicopedagoga, futura mamá ilusionada y el plan de vivir en la playa
La casa de Santa Teresita estaba preparada para el almuerzo familiar del miércoles. Alberto Spelarci ya tenía la mesa preparada y la comida casi lista, porque durante la mañana «sus chicas» Laura y Cecilia, que se encontraban en ruta, «amenazaban» con que estaban famélicas. Venían tranquilas, sin apuro: la mamá Laura manejaba «despacito» el Ford Fiesta por la Ruta 11 y Cecilia, embarazada de 4 meses, le daba galletitas a las perritas que iban en el asiento de atrás. Ya habían dejado atrás el cafecito y la medialuna en General Belgrano y calculaban llegar a destino pasada la una de la tarde.
Veinticuatro horas después, la escena bucólica descripta que sucedería, se transformó en otra, dantesca, sin anestesia. «No entiendo nada, no puede ser verdad, no entiendo cómo Dios permitió esto, no puedo creer que vos me estés llamando de Clarín para hablar de la muerte de mi hija. Mi cielo, mi ángel, mi bebé». No hay consuelo en Alberto Spelarci, papá de María Cecilia Spelarci (33), que falleció por las heridas tras el choque y vuelco producido el miércoles, en el kilómetro 269, a la altura de General Lavalle.
Se escuchan llantos de fondo en la casa de Santa Teresita. Pertenecen Laura Chernan (66), la mamá de Cecilia y esposa de Alberto, quien dice que necesita hablar para descargar. «Mi mujer estuvo internada en un hospital de Dolores y la pude retirar de allí y traérmela aquí. Está muerta en vida, tiene moretones, golpes y quemaduras por todos lados. Llora todo el tiempo, no come, no toma agua, no se acuerda de nada de lo que pasó y eso la desespera. Nos desespera, porque ella siempre maneja por la derecha, a baja velocidad y no entiendo cómo el auto terminó en una zanja sobre el lado izquierdo. Para mí la chocaron de atrás», busca explicaciones.
Con un puño se golpea la cabeza Alberto, no queriendo aceptar la realidad. «Nos estábamos mudando de Isidro Casanova para la playa. Ceci y su pareja Franco se estaban instalando en Costa del Este y nosotros a unos pocos kilómetros, aquí en Santa Teresita. El proyecto era soñado. Tener al bebé en abril acá, que es más tranquilo. Ceci es psicopedagoga, trabaja en sistema remoto -habla en presente- y Franco va y viene, es ingeniero en informática. Está en vuelo, llegando a Mar del Plata desde Ushuaia, donde había viajado por trabajo. No me lo quiero ni imaginar…».
«¿Tiene sentido seguir adelante? ¿Cómo se sale de esto? ¿Qué motivaciones puede haber a futuro?«. Pregunta sin respuestas que se interrumpen por un llanto desconsolado. «Está Pablito, mi otro hijo mayor, mis nietos, ellos nos van a ayudar a salir. Pero pasará mucho tiempo, mucho…». Alberto vuelve a la habitación donde se encuentra Laura, pero rápidamente regresa y retoma el diálogo con Clarín. «Entre el dolor del alma y el físico, pobrecita no tiene paz… Está con un médico y con una psicóloga».
El accidente sucedió antes del mediodía, el clima era bueno y al parecer nadie vio nada raro. «Le pedí ayuda a la Policía, porque no puede entender cómo mi mujer pasó de derecha a izquierda, no me entra en la cabeza». En el choque y vuelco, el guardarrail ingresó por la rueda izquierda y habría herido a Cecilia y atravesó y mató a Magalí, una de las dos perras que estaba en la parte trasera. «La otra se escapó del susto, malherida, pero por suerte la encontraron. Está muerta de miedo, pobrecita».
Según le comunicó la Policía, «Ceci estaba con vida y fue trasladada a Mar de Ajó en ambulancia, donde habría tenido un paro cardíaco. No está claro si llegó con vida, entiendo que sí, porque de Mar de Ajó la llevaron a San Clemente del Tuyú, donde falleció. Hablé con la médica que me dijo que hicieron hasta lo imposible para reanimarla, pero no había nada que hacer. Los golpes fueron demasiados, no los aguantó».
El dolor es insoportable. El cronista pide continuar más tarde. Alberto respira hondo, su fortaleza sacude. «Quiero hacerlo por la memoria de mi hija… Me contaban ayer a la mañana, mientras viajaban, que venían hablando del bebé, mi hija me decía que estaba comiendo más, que se veía gorda, yo le decía que no hinchara, que estaba divina y así estuvimos comunicados, les dije que las esperaba ansioso… Yo estaba ilusionado de comenzar una vida aquí, con todos cerca».
Habla de su hija y mira el mar a través de una ventana. «Ella era licenciada en psicopedagogía, tenía más diplomas que años de estudio. Apasionada de lo que hacía, Se vivía capacitando y daba clases a distintos alumnos con capacidades diferentes. Se quemó las pestañas estudiando y desde hace un tiempo empezó a soñar con ser madre y cuando quedó embarazada estaba chocha, imaginate. Entendía que a los 33 era una buena edad para gestar».
Dice que era «la nena de papá». No escuchar más su voz lo desespera. «Me rompía los cocos, una papá-dependiente. Papi, arreglame el velador, papi se me rompió el botón del baño, papi pintame la pared de la pieza, Me encantaba que me pidiera todas esas cosas que yo las manejo y las hacía con gusto. Una piba que también estaba para ayudar y decir ‘qué necesitás, pá‘. No pasaba un día sin llamarme a mí y a su mamá».
Cecilia era también muy apegada a la abuela Bianca (96), mamá de su papá Alberto. «Le lavaba la cabeza, le masajeaba los pies, le pintaba las uñas, la peinaba y hasta le cambiaba los pañales con un amor… No sabés cómo Ceci trataba a su abuela, sentía devoción por ella.. Hoy le dije a mi mamá lo que había pasado, no podía mirar para otro lado, porque ella está lúcida y se lo tuve que contar. No sé si lo soportará, no sé si mi mamá la podrá sobrevivir».
Lo llama la psicóloga a Alberto. Ahora sí tiene que interrumpir. «Mi hija era todo lo bien de este mundo, una ángel, una piba laburadora, cálida, amiga de sus amigas… No puedo creer que esté muerta. Yo quería verla embarazada de cuatro meses y Dios no lo permitió».
Source link